domingo, 14 de noviembre de 2010

Historia de la Familia Piraquive Por Daniel Alfonso Piraquive Olivares

Mi abuelo Wolney José Piraquive Toro de 19 años de edad y mi abuela Olinda Salazar Castaño de 14 años, contrajeron matrimonio un tres de julio en el Líbano, Tolima. Ambos provenientes de familias trabajadoras y aguerridas, víctimas de la violencia. Mi abuela, una mujer que había sido desde muy pequeña obligada al trabajo de la casa, ya que se quedó huérfana a los 11 años de edad. Ese fue solo el comienzo de una vida en la que ha experimentado el desplazamiento forzado y la muerte de muchos de sus hijos.
Una vez la familia estuvo conformada empezaron a trabajar muy unidos y con el tiempo fueron llegando los primeros hijos. Todos estos nacidos en el Líbano Tolima, en el siguiente orden.
Marlene (Q.E.P.D), Fabiola (Q.E.P.D), Mery, Omar (Q.E.P.D), Rubiela, Liliam (Q.E.P.D), Arturo (Q.E.P.D), Educarín, Olinda (Chela).
Algunos murieron muy pequeños y no alcanzaron a sufrir. Con el pasar del tiempo, la a esta familia trabajadora le tocó vivir una guerra que azotó a los campesinos de la región: el partido liberal y el conservador disputándose las riendas del poder.
De estas luchas bipartidistas surgieron las guerrillas que provocaron el desplazamiento forzado de muchas familias, entre ellas, la mía. Resulta que para cuando mis dos tías estaban adolescentes, Fabiola de 17 y Mery de 16, se convirtieron en el centro de atracción de uno de Sangre Negra, uno de los comandantes guerrilleros conocido como violador de niñas, a las cuales enamoraba y al pasar del tiempo, cuando ya estaba aburrido de ellas, asesinaba sin compasión alguna. Para evitar que sus hijas también fueran víctimas de la maldad de este hombre y protegerlas de la persecución y muerte, mis abuelos y todos sus hijos emprendieron la huída. Partieron hacia la Dorada Caldas el 5 de febrero de 1948. Allí tomaron el tren que los llevaría a la ciudad de Santa Marta, Capital del Magdalena ¿Pero por qué deciden viajar hasta esa ciudad? Pues mi abuelo sabía que cerca de Santa Marta se encontraba una sierra donde los cultivos de café eran abundantes y que no se necesitaba abonar porque las tierras eran muy fértiles y productivas. Al igual que en el Tolima, mi abuelo deseaba continuar con la tradición familiar en el Magdalena, en la Sierra Nevada. Desde su llegada, todos los miembros de la familia iniciaron un recorrido por varias fincas para trabajar como jornaleros y cocineras hasta que lograron ahorrar veinte mil pesos. Con este dinero compraron su propia finca y la llamaron Santa Teresita, una gran finca de tierras productivas.
Pasado un año y ya ubicados por completo en su finca, la familia siguió creciendo. En el municipio de Ciénaga llegaron al mundo, Gloria (Esperanza), Nancy (Q.E.P.D), Gustavo (Q.E.P.D) José (Octavio), mi papá, Jairo (Q.E.P.D).
Estos últimos aunque nacieron en la Región Caribe colombiana han mantenido la tradición caficultora.
La cosecha
Entre los meses de octubre y enero la sierra se viste de gala, los campesinos se alegran, los cafetales comienzan a dar los primeros frutos. Mi abuela se levantaba a las tres de la mañana, colocaba la olleta del café, prendía el fogón de leña para poner a calentar el agua y empezaba a preparar el desayuno para veinte o veinticinco obreros. A eso del las cinco de la mañana ya debían estar los desayunos listos para comenzar la jornada.
Antes de tomar el café, que se acostumbra a tomar antes del desayuno, mi abuelo se levantaba para darse un baño con agua helada que provenía de una quebrada cercana a la finca. El agua era favorable porque espantaba el sueño y hacia que el día de trabajo fuese mucho mejor. Esto transcurría en medio de la neblina y el frío agobiante que absorbía los rayos del sol. El abuelo alumbraba el camino con un mechón de gas que era hecho artesanalmente. En el baño se afeitaba la barba, según él para verse mejor para sus cafeteras y claro para estar simpático para mi abuela. Qué coqueto era mi abuelo, cierto que sí.
Poco a poco llegaba la mañana, el resplandeciente sol se asomaba y emitía sus primeros rayos. Mientras tanto mi abuelo se ponía la ropa de trabajo, sus botas pantaneras para pisar mejor en los caminos empantanados, y su sombrero para protegerse del sol. En una butuca hecha con el cuero de una vaca que hacía unos días se había matado para celebrar sus cumpleaños, esperaba su café bien caliente y muy cargado, y llamaba a mi abuela con voz fuerte, resonante, pero a la vez tierna y muy dulce.
-Olinda mija traigame el cafecito, ese que tanto me gusta, usted sabe como-
Sentados en la mesa, desayunaban y desde la cabecera mi abuelito daba las primeras órdenes del día, indicando la función que cada uno iba a cumplir durante dicha jornada. Un grupo salía a recolectar café, otros se iban a la tolva a despulpar el recolectado el día anterior. Otros a lavar el que ya estaba fermentado en las albercas. Los arrieros les tocaba ir a los potreros a buscar las mulas para traer el café que se iba a coger ese día. Otros iban a encargarse del secado del café que se hacía en los patios. Allí mismo era donde se lavaba y se clasificaba. A continuación les comentaré como era el proceso desde la recolección hasta que se vendía a las compraventas de café.
1. El café era recolectado en unos canastos de bejuco hechos artesanalmente por los campesinos que se amarraban a la cintura del recolector.
2. Se llevaban en unos sacos o costales trasportados por unas mulas hasta la casa donde se encontraba el beneficiadero.
1. Allí se despulpaba el café. Cada fruto equivale a dos semillas de café. Cada fruto equivale a dos semillas de café.
2. El café descerezado o despulpado iba cayendo a una alberca grande donde se dejaba de dos a tres días para su fermentación.
3. Por un hueco grande que se encuentra en la parte de abajo de la alberca salía a los canalones, los cuales tenían conexión con la alberca.
4. El café empezaba a salir y con mucho agua se iniciaba el proceso de lavado. El café limpio recorría todos los canalones y el café sucio flotaba en el agua que recorría los canalones y llegaba al final de este a un costal de fique, y era secado por aparte (la pasilla).
5. Después de lavado el café limpio cae al suelo del canalón, en el fondo y el agua que quedaba iba saliendo.
6. De los canalones pasaban a los patios que era formado por el rectángulo que hacía los canalones, allí mismo en un piso de cemento, se echaba el café para empezar el secado. Existen dos tipos de secado. Seco de agua, seco de trilla. El primero cuando el café se seca del agua con el que se lavó, de trilla cuando el café está demasiado seco, pierde peso y su cascarita se torna más tostada por el sol y es este el café listo para empacar.
7. Después de dos o tres días de secado, se empaca en un bultos tejidos en fique que llegan a pesar 50 kilos, son amarrados por mi abuelo y eran pasados por una bascula para determinar la cantidad exacta de cada bulto, una carga 125 kilos.
8. Estando empacados los bultos, eran bajados en las mulas de la finca, vigilado por el arriero que se encargaba de llevar el café hasta la carretera por donde pasaba el carro que lo llevaría al pueblo a las compraventas de café cercanas a la entrada para subir a la sierra por el municipio de Ciénaga en el que corregimiento de la Isabel. El viaje tardaba de 3 a 4 horas dependiendo del tamaño del carro y la cantidad de bultos. Es este el proceso que tiene nuestro café.
Pero volviendo un poco a las incidencias, a los acontecimientos que ocurrían un día en la cosecha del café. Mi abuelo el señor José, como le conocían en el pueblo y en todos los rincones de la Sierra, luego de haber dado las órdenes y tomado el desayuno, iba a su cuarto a ponerse en la manos del señor todo poderoso y a sus santos de devoción como lo eran, la vírgen del carmen, san Juan Bautista y el Justo Juez, les rezaba unas oraciones y les colocaba en sus manos el día laboral que iba a empezar, y de forma jocosa y muy particular les decía, no se preocupen que tanto el 24 de junio como el 16 de julio viajo al pueblo y les coloco un par de velitas y de paso me sumo a las fiestas. Y con una sonrisa en sus labios y persignándose fue saliendo de su habitación para
empezar la recolección. Emprendía su camino a las cafeteras, dividía su grupo en dos. Ocho se iban para el lote donde está el café arábigo, que es un café de ramas largas, alto y muy frondoso.
Los otros siete se repartían por el lote del café caturra, de baja altura, pequeño y de hojas fuertes y de muy buena producción. Sin duda al abuelo le gustaba mucho este tipo de café porque corría menos peligro por la cantidad de frutos que daba sus fuertes ramas. Mientras todos trabajaban muy juiciosos, sólo se escuchaba el cantar de los pájaros, el correr de las aguas de la quebrada, y la brisa. Para no aburrirse mi abuelo encendía un pequeño radio de pilas que se traía a los cafetales cada vez que se iba a trabajar. Un radio al que solo le entraba una sola señal, de una emisora del municipio de Ciénaga y que de vez en cuando hacía interferencia con las señales de las torres de control de los aviones. En esta emisora daban las noticias muy temprano en la mañana y a los ocho empezaba la franja musical y daban uno que otro anuncio.
La mañana corría y cada vez se recolectaba mucho más café, al rato suena una publicidad anunciando las fiestas alusivas a la muerte de una niña devorada por un caimán, que decía. (Hoy día de San Sebastián, cumple años Tomasita y este maldito animal se ha comido a mijitica. Mijita linda, ¿dónde está tu hermana? Luego continuaba con una música de fondo que era con que se baila esta danza y el comercial terminaba con una invitación a las fiestas. Mi abuelo muy extrañado por lo escuchado le preguntaba a uno de sus trabajadores. E´Ave maría ¿Y esto que es mijo? Mijita linda dónde está tu hermana y eso con qué se come o qué. El trabajador suelta una risa y le explica que eso era una leyenda, que un caimán se había comido una niña y que por la muerte esto se había convertido en una fiesta. Mi abuelo muy sorprendido por no conocer esta tradición cultural comprende lo que aquel hombre le había comentado y como para esos días ya estaba culminando la cosecha, promete bajar al pueblo y gozarse un poco para ver y disfrutar de la misma. Este mostró mucho interés y respeto por la cultura en la que a penas se adaptaba.
La mañana iba pasando y la hora del almuerzo iba llegando y como era de tradición que los niños de la casa debíamos llevarles el almuerzo a los trabajadores y a su papá. Antes de almorzar se hacía el primer conteo de las latas de café recolectadas por cada trabajador. Una lata de café en uva, es decir cogido de la mata, equivale a un galón que son veinte litros y una lata de café seco, de trilla, listo para vender equivale a ocho kilos. Al culminar el conteo, se comían el almuerzo que llevaban los hijos del abuelo hasta el lugar donde estuviesen. Pero iban acompañados del arriero de la finca quien iba a recoger el café recolectado para llevarlo a la tolva. Cada trabajador se colocaba su sueldo, cada quien ganaba lo que quería pues se tenía en cuenta por la cantidad que se recolectaba. A eso de las 5 y 30 de la tarde, los caficultores iban terminando sus lotes y cada uno echaba en un saco el café que tenían en las latas y se lo llevaban en el hombro hasta la finca donde era contabilizado por segunda vez. Y una vez terminado esto, se iban a cenar y poco a poco caía la noche y a las 6 y 30 Pm todos muy puntuales, bañados y arreglados, estaban en la mesa sentados esperando la cena.
Todos terminan y cada quien se va a sus habitaciones. Mi abuelo para la suya y todos los trabajadores para un campamento que se encontraba en el patio contraído en tablas y techo de zinc. Pero mi abuela permanecía en pie. Ella se quedaba para arreglar la cocina y recoger los platos y preparar las cosas para el día siguiente. A eso de las 9 y 30 PM, mi abuela ya estaba acostadita, bien arrunchadita al lado de mi abuelo, descansando para levantarse al día siguiente. Hoy mi abuelo no está con nosotros, después de muchas enfermedades que acabaron con su vida. Este siempre fue fuerte, hasta aquel 26 de noviembre del 2009 que no aguantó más y fallece de un paro cardíaco en la ciudad de Santa Marta. El más grande de los cafeteros Wolney José Piraquive Toro. Mi abuela aún vive y nunca deja de recordarnos ese legado que su señor esposo dejó a sus hijos y que hoy nietos y bisnietos seguimos practicando.
Tomado de:http://cmmcienagamagdalena.blogspot.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario