domingo, 11 de septiembre de 2011

Aventuras de mi abuelo, por Edinson Jhonathan Rodríguez Vásquez – 18 años – (Paipa, Boyacá)

Carlos Julio Vásquez Alvarado, mi abuelo, nació en 1926 en Paipa, Boyacá. Fue el cuarto hijo de una familia pobre. Su padre era carpintero, recuerdo que me contaba que ellos mismos sembraban las hortalizas y salían a vender la cosecha. El dinero les servía para los gastos de la casa. Con el transcurso del tiempo compraron un terreno en Tibasosa, Boyacá.

Cuando mi abuelo tenía 13 años decidió irse de casa paterna, decía “que iba a conocer el mundo”. Trabajó en una fábrica de sal. Tenía que transportarla en burro. En esos tiempos ese era el único medio de transporte de carga. Lo malo es que había muchos lugares de difícil acceso y él tenía que ayudarle al burro con la carga. Viajaba a Bonza, Sotaquirá, Palermo y Santa Rosa de Vitermo, todos municipios de Boyacá.

Después de conocer tantos pueblos, renunció y pidió trabajo en una carpintería de Paipa. Ahí duro mucho tiempo y conoció a la mujer de sus sueños, a la señorita Ana Victoria Cusguén, de quien se enamoró a los 16 años. Fue una relación hermosa. Cuando él cumplió los 17 años se fue a prestar servicio militar a Pamplona, Norte de Santander.

Pamplona era un pueblo de clima frío y eso fue lo primero que le disgustó a mi abuelo pues tenía que levantarse muy temprano, hacia las cuatro de la mañana, y bañarse con agua helada. Él decía que era una temperatura de dos grados centígrados. Aguantó durante un año y medio y se hizo de buenos amigos que lo convencieron de seguir la carrera de soldado profesional.

Cuando hizo el juramento de bandera, entendió que la carrera militar era muy diferente a prestar el servicio, “eso no era lo suyo”. En un día de permiso, lo dejo todo y se fue en busca de su amada novia.

Cuando mi abuelo tenía 20 años, pasó por un periodo de desempleo. Su padrino, que era un respetado médico militar, le ofreció ayuda para entrar a hacer carrera de policía. Mi abuelo aceptó. Cuando terminó la carrera lo mandaron a trabajar a Bogotá en los CAI de diferentes barrios.

En una oportunidad mi abuelo se encontraba en el CAI del barrio Simón Bolívar y llegó un teniente a amenazarlo y golpearlo con el revólver dizque porque se había acostado con su esposa. Mi abuelo se defendió sacando el suyo. Esta acción hizo que lo trasladaran para Manizales. Fue ahí que decidió escaparse para Paipa y pedir la mano de mi abuela.

Una mañana, cinco meses después del escape, mi abuelo se encontraba sembrando maíz con mi abuela en una vereda de Paipa llamada Toibita, de pronto pasó el padrino que le había ofrecido la ayuda para ser policía y al ver que mi abuelo se encontraba allí lo regañó; mi abuelo le explicó lo sucedido. Ese mismo día, el padrino le contó que el inspector de Policía de Paipa había tenido un accidente y le pidió el favor de trabajar de inspector de policía. Él aceptó.

Como mi abuelo conocía bien Paipa, tuvo un buen desempeño en el control del municipio. Fue el inspector de Policía durante 5 años pero no ganaba un buen salario y tenía cinco hijos para mantener.

Por aquel entonces apareció su hermano, Rómulo Vásquez quien le contó que Acerías Paz del Río, una empresa de metalurgia, estaba contratando personal. Mi abuelo fue a las instalaciones y como le ofrecieron un salario que le alcanzaba para alimentar a sus hijos, aceptó.

Trabajó treinta y cinco años en Acerías Paz de Río. En ese mismo tiempo, tuvo con mi abuela seis hijos más. Lo mejor fue que ellos mismos se pagaron el estudio trabajando como meseros, auxiliares de droguería, vendedores de mercado, entres otras.

Mi abuelo se pensionó a los sesenta años y por fin descansó de su duro trabajo, pero comenzó a tener problemas de salud, le empezaron dolores en la columna y en una cirugía le cambiaron la cadera derecha. También le dolía la rodilla derecha, fue sometido a cambio de rótula. Lastimosamente cuando caen rayos y hace mucho frío le duele mucho la cadera y la rodilla.

En estos momentos se encuentra en su casa solo, pues la mujer de sus sueños, su esposa, mi abuelita, murió. Eso lo volvió un viejo amargado que se levanta a las cinco de la mañana, tiende su cama, desayuna y se sienta en la silla del balcón de su cuarto. Él repite la misma rutina desde el año 2001. Todos lo adoramos, hijos, sobrinos, nietos y él nos adora a nosotros. Sólo le pido a Dios que me tenga a mi abuelito durante muchos años más.

Tomado de:
http://www.bibliotecanacional.gov.co/blogs/centrosmemoria/2011/06/22/aventuras-de-mi-abuelo/

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