domingo, 11 de septiembre de 2011

Dulce de panela, por Marián Zulait Sánchez Liévano – 16 años – (Guaduas, Cundinamarca)

En el año de 1937 nació en Guaduas, Cundinamarca, Agustín Sánchez, hijo de Francisco Sánchez y María Silva. Era el único hombre y el menor entre siete mujeres, muy consentido y querido por sus padres. Vivió su infancia en una finca en la vereda Campeona, compartiendo con sus hermanas y su madre entre las moliendas.

A los 15 años, había aprendido varias cosas de su padre en el trabajo. Le agradaba la vida en el campo y los animales, y sabía que lo que él quería era ganar dinero por su cuenta. Su padre le había propuesto que estudiara en el colegio Miguel Samper, que él lo pagaba, pero Agustín le dijo que prefería trabajar en vez de estudiar. Su padre aceptó. Lo primero que hizo fue coger café en la finca de su padrino y luego vinieron otros trabajos en moliendas, en los que ganaba tres pesos al mes.

Como la actividad en el campo había sido algo normal para él desde pequeño, en los momentos en que no trabajaba en otras fincas le ayudaba a su padre y así iba aprendiendo de la sabiduría ancestral que guardaba, concentrada en el conocimiento sobre las propiedades medicinales de las plantas.

Él observaba con mucha atención cómo asistían personas a consultar a su padre y como éste les daba recetas para la gripa, la hinchazón de los pies o la amigdalitis. Agustín también aprendió de su padre a sobar. Cuando una persona se fracturaba y acudía a él, realizaba una serie de masajes para colocar las articulaciones en su lugar y que con el paso del tiempo sanaran.

También rezaba a las personas que estaban asustadas o que se descuajaban, es decir, del susto se les inflaba el estomago, se les ponía duro, les daba vómito y fiebre. Para poder rezar a una persona uno no sólo debe rezar un padrenuestro sino también tener mucha fe en Dios, no sentir envidia ni egoísmo y no esperar nada a cambio del rezo, es decir, hacerlo de buena voluntad, cualidades que Agustín tenía.

En la época de las moliendas de panela, las jornadas de trabajo para Agustín comenzaban a las seis de la mañana. Después de desayunar, se dirigía hacia el cañaveral para comenzar el corte de la caña. Después de amontonarla la llevaba en mulas al entable. Con varios obreros realizaban esta labor durante casi una semana.

Hacia el medio día Agustín y sus obreros se dirigían hacia la casa donde estaba Blanca, su mujer, quien preparaba el almuerzo. Tras un pequeño descanso, volvían al trabajo, saciaban su sed con bebidas típicas como el guarapo, la chicha y el masato.

Después de terminar la recolección de la caña, comenzaban a procesarla. Éste era un trabajo muy arduo, pues cada obrero debía estar en su lugar de trabajo para que no fallara el proceso en el que se debe extraer el jugo de la caña, purificarlo, calentarlo y por último agregarlo en los moldes.

Agustín siempre estuvo pendiente de las moliendas y de cuidar a su hija. Ella siempre iba al entable a pedirle dulce. Él lo enfriaba y se lo daba a ella con mucho cuidado. También le daba alfandoques y melcochas de diferentes formas y tamaños.

Cuando la producción de la panela ya estaba lista, Agustín la llevaba en camiones hasta el pueblo y allí la distribuía a un buen precio; luego hacía el mercado y se iba a encontrar con sus amigos a alguna cantina.

Pasado el tiempo un daño en los trapiches lo obligó a poner la finca en hipoteca para sacar un préstamo en el banco. La producción de la panela no dio la suficiente ganancia para cubrir la deuda y pronto le embargaron la finca. Por aquella época, Agustín vio cómo sus logros, al igual que una melcocha, se fueron derritiendo entre sus manos. Tomó la decisión de vender la finca para pagar la deuda y con el dinero que le quedó, compró una casa en el pueblo a donde se fue a vivir con su familia.

En la actualidad, Agustín vive en el barrio Paramillo, al sur de Guaduas, con su familia. Se dedica a trabajar en una finca cercana como agricultor y a él acuden muchas personas para que rece a sus hijos o les arregle una mano o un pie tronchados. Después de una larga jornada de trabajo en el cultivo, tras un poco de reposo, llegan sus clientes a quienes les presta un servicio de buen corazón. Llegan con muchos bebés que están asustados, que tienen maluqueras con dolor de cabeza, vómito o diarrea. Después de haber acudido a tres rezos, el niño se sana.

Cuando una persona llega a que Agustín le sobe alguna fractura o una lesión, él los atiende con gran amabilidad pues es una persona muy bondadosa. Se sientan y luego él comienza a masajearlos. Durante el curso de los masajes, él habla sobre algún tema con la persona para que se distraiga, luego la venda y procede con la siguiente persona que vaya a pedir su ayuda. Llegada la noche, don Agustín reflexiona sobre todas las enseñanzas que le ha dejado la vida y sobre la necesidad de transmitir su sabiduría a sus descendientes.

Tomado de:

http://www.bibliotecanacional.gov.co/blogs/centrosmemoria/2011/06/22/dulce-de-panela/

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