Si me preguntan por aquel viejo de las bancas de atrás en la iglesia les diré que no sé nada de él. Sólo que nació el 16 de mayo de 1937 en la Isla de San Andrés; que tiene seis hermanos más; que era negro; que vivió en una estrecha casa en Perry Hill, en un sector que siempre amó; que se bautizó a temprana edad en la Primera Iglesia Bautista de La Loma y que era un fiel seguidor y soldado de Dios.
Algo que no olvido de él es su tamaño porque realmente era enorme, de hecho, no cabía por muchas puertas. La proporción de su masa muchas veces fue motivo de burlas, tanto así que le dieron el sobrenombre de “Biggy” y así fue llamado por todos incluyendo sus amigos más cercanos y familiares.
¿Qué si recuerdo su nombre? Por supuesto, jamás lo olvidaré, su nombre era Ramírez Williams Mitchell. Aunque a algunos les parecía extraño tener por nombre un apellido a mí siempre me gustó. Durante su juventud Ramírez Williams fue oficial de tránsito y la prioridad para él era proteger a los niños; esta labor se intensificó cuando lo trasladaron a una calle muy cercana a un colegio, por lo que para él se hizo más importante mantener la seguridad de los niños. Prueba de ello fue el hecho de que no dejara pasar el carro en el que se transportaba el Presidente de la época hasta que cruzara el último de los niños; a pesar de los insultos y de la presión de los acompañantes del Presidente, él dio prioridad a los niños, por lo que el mandatario luego lo felicitó. Muchas veces no regresaba a casa hasta asegurarse que los padres recogieran a todos los niños.
Aunque muchos no lo saben, tuvo una hija que fue separada de él cuando era niña por su madre, que se la llevo a Panamá y de ellas no volvió a saber nada. Siempre fue muy apasionado. Para él no había nada mejor que la comida típica de la isla, siempre lo hacía sentir mejor, le gustaba hablar con los jóvenes, orientarlos y motivarlos a seguir el buen camino. Aunque ya no fuera tan joven, se mantenía activo en la iglesia siendo diacono, director de los ujieres, profesor en las clases dominicales y miembro del coro. En este ultimo siempre destacó por su gruesa y estruendosa voz que hacia vibrar al público, estoy convencido.
Un día se enfermó y su tiempo en la calle se hizo menos frecuente hasta al fin dejar de asistir a la iglesia e inclusive salir de su casa. Pronto sus dolencias se agravaron y tuvo que ser llevado al hospital para una mejor atención, pero aun así su situación empeoro. Las heridas en uno de sus pies y la hinchazón evitó su fácil movilización; el asma, problemas respiratorios y pulmones dañados no se hicieron esperar; y para completar el cuadro, un corazón varias veces más grande de lo habitual hacían parte del gran repertorio de enfermedades que lo aquejaban. El dolor era cada vez más insoportable, los llantos y gritos de sufrimiento eran más frecuentes; Ramírez atravesaba una situación muy difícil.
Está bien, los engañe, si sé mucho de él, pero tengo derecho a hacerles una última chanza antes de partir ¿no? Hoy, 2 de noviembre de 2010, es lo último que recuerdo… escucho mi nombre… alguien me llama, veo una escalera que lleva a una brillante y esplendorosa luz… ya me voy. Pero me siento aliviado de saber que he muerto, no porque dejaré de sufrir sino porque seré un ejemplo para las personas que me conocieron e incluso para quienes no lo hicieron; peleé una buena pelea, mantuve mi fe y ha acabado la carrera.
Tomado de:
http://www.bibliotecanacional.gov.co/blogs/centrosmemoria/2011/06/23/el-corazon-mas-grande/
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