sábado, 27 de octubre de 2012



EN BUSCA DE UN SUEÑO
Dora Milena Martínez Sánchez

Mamá dice que no hay nada mejor que hacer lo que a cada quien le gusta, y tiene razón por que para mi con solo sentir la suavidad y la frescura de un copo de algodón es como si viviera en un mundo lleno de fantasía, de paz y de tranquilidad, un mundo donde todos soñamos estar, pero sobre todo por el que luchamos día tras día.

Desde muy niña acompañaba a mamá al taller a cumplir con su rutina diaria, veía como arreglaba, hilaba, lavaba, tinturaba, urdía, tejía, hasta obtener algún tipo de tela. Un día sentada en el mueble, observaba como mi madre con sus delicadas manos, pasaba una y otra vez las madejas por aquel telar en el cual había aprendido y seguiría trabajando para alegrar los corazones no solo de los charaleños, sino también los de toda la región. 

Todo parecía estar bien, excepto que la situación económica de mi familia no era la mejor, así que decidí irme a trabajar para la capital. La noche antes de viajar me fui para la sabana y en medio de la frescura y de la oscuridad  de aquella noche pensaba que seria de mí, una muchachita de tan solo diecisiete años, sola en la gran ciudad. Pensaba y pensaba en todo lo que me podría ocurrir en aquel lugar, basta con solo decir que esa noche no dormí.

En la madrugada escuche el canto de un gallo, y un delicioso olor que provenía de la cocina así que me puse en pie, y seguí aquel aroma  inevitablemente delicioso, allí estaba mi madre, me saludo como todos los días, y me sirvió un pocillo de café, cuando termine de desayunar corrí a despedirme de mis viejos, los abrace fuerte y terminamos despidiéndonos con un beso.

Era domingo y ya casi las siete de la mañana hora de mi salida hacia Charalá, allí cogería un bus directo a Bogotá.  Mientras viajaba por una de las ventanas del bus veía como quedaban  atrás mi familia, mis amigos, la frescura de una mañana en el campo, el cantar de un gallo, los buenos días de mamá, en fin como dejaba el lugar de mi infancia en el que había pasado diez años, era algo parecido como la vez que nos trasladamos de riachuelo al salitre, con la diferencia que tenia tan solo siete años y no sentía nada, pero ahora mi corazón se llenaba de tristeza y de mucha nostalgia.

Después de largas horas de camino por fin llegue a Bogotá, cuando me baje del bus lo primero que quise observar fue una montaña, pero por el contrario había una larga calle sin fin que por cierto tenia muchas casas, definitivamente ese era un mundo totalmente diferente al mío. Inmediatamente cogí un taxi que me llevaría al lugar donde iba a trabajar. 

Los días pasaron, y siempre que caía la noche anhelaba mas ver a mi familia, estar con ellos y recuperar el tiempo perdido, en especial con mis viejos. Una tarde en el parque conocí a Fernando un muchacho (al parecer buena persona pero me equivoque), me invito a comer helado y por supuesto que acepte, hablamos, reímos, y poco a poco nos fuimos conociendo; el tiempo pasaba rápido me fui enamorando y producto de mi amor, en mi vientre crecía mi primera hija, a quien llame María Fernanda.

Cuando llame a mis padres para contarles lo que estaba pasando, mi papá me dijo que me devolviera de nuevo para el salitre. Era difícil para mí regresarme, pero estaba feliz porque volvería a casa con mi familia. 

Cuando llegue lo primero que hice fue respirar el aire tranquilo que hacia cinco años no sentía. Con  la sonrisa de mi padre y una lagrima que bajaba por las mejillas de mi madre, los salude, estaban felices por mi llegada pero a la vez un poco tristes por que no era la edad de tener un bebe por lo menos no en ese  momento. Al día siguiente acompañe a mi mamá al taller como lo hacia cuando era niña, recordé muchas cosas y de pronto se vino una idea a mi cabeza, podría ocupar el tiempo ahí y hasta poder formar parte de la corporación, además era un trabajo maravilloso. 

Prácticamente ya sabía hilar, tejer, arreglar mejor dicho tenia claro cual era el proceso del algodón para llegar a convertirse en un hermoso lienzo, con solo ver a mi madre aprendí. Poco a poco me fui enamorando de lo que hacia pues tenia definido que esto era lo que quería hacer el resto de mi vida. Comencé ayudándole a mi madre a hilar y  lo que ganaba no era mucho pero con ese dinero podía  comprar  lo necesario para mi hija. 

Pasaron ocho años,  y lo único que hacia relacionado con el algodón era hilar, pensé que seria bueno que mi mamá le comentara a las demás mujeres de corpolienzo  si había  una posibilidad para que pudiera ser una socia oficial de la corporacion. Pasaron varios meses hasta que un día la señora Rosalba (una de las señoras iniciadoras que había decidido trabajar con el algodón y que aun pertenece a la corporación), y las demás señoras incluyendo mi madre, me dieron la noticia que de ahí en adelante seria una socia mas.

Estaba feliz, por fin con mis treinta y un año trabajaría en lo que toda la vida había querido. Al día siguiente como de costumbre acompañe a mi mamá, pero esta vez no iba ayudarle, por el contrario, trabajaría como ella, siendo un solo grupo que lo único que buscaba era la alegría de toda la comunidad. Trabajaba en los telares, hacia de todo, me gustaba estar allí.

Llevo seis años trabajando como socia y miembro de la corporación de lienzo, trabajaba en la casa que con la ayuda de proyectos y de la comunidad había sido construida en 1987. Era mi segundo hogar allí pasaba la mayoría del tiempo. Ahora trabajamos en una casa nueva, es más amplia y más cerca de la vía de acceso a la vereda. Me dio mucha tristeza irme de la otra por que allí había estado desde muy niña, pero lo importante era que iba a seguir haciendo lo que a mi me gusta “trabajar con el algodón, para obtener lienzos 100% naturales”.

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