EN BUSCA DE UN SUEÑO
Dora Milena Martínez Sánchez
Mamá dice que no hay nada mejor que
hacer lo que a cada quien le gusta, y tiene razón por que para mi con solo
sentir la suavidad y la frescura de un copo de algodón es como si viviera en un
mundo lleno de fantasía, de paz y de tranquilidad, un mundo donde todos soñamos
estar, pero sobre todo por el que luchamos día tras día.
Desde
muy niña acompañaba a mamá al taller a cumplir con su rutina diaria, veía como
arreglaba, hilaba, lavaba, tinturaba, urdía, tejía, hasta obtener algún tipo de
tela. Un día sentada en el mueble, observaba como mi madre con sus delicadas
manos, pasaba una y otra vez las madejas por aquel telar en el cual había
aprendido y seguiría trabajando para alegrar los corazones no solo de los
charaleños, sino también los de toda la región.
Todo
parecía estar bien, excepto que la situación económica de mi familia no era la
mejor, así que decidí irme a trabajar para la capital. La noche antes de viajar
me fui para la sabana y en medio de la frescura y de la oscuridad de aquella noche pensaba que seria de mí, una
muchachita de tan solo diecisiete años, sola en la gran ciudad. Pensaba y
pensaba en todo lo que me podría ocurrir en aquel lugar, basta con solo decir
que esa noche no dormí.
En
la madrugada escuche el canto de un gallo, y un delicioso olor que provenía de
la cocina así que me puse en pie, y seguí aquel aroma inevitablemente delicioso, allí estaba mi
madre, me saludo como todos los días, y me sirvió un pocillo de café, cuando
termine de desayunar corrí a despedirme de mis viejos, los abrace fuerte y
terminamos despidiéndonos con un beso.
Era domingo y ya casi las siete de la
mañana hora de mi salida hacia Charalá, allí cogería un bus directo a
Bogotá. Mientras viajaba por una de las
ventanas del bus veía como quedaban
atrás mi familia, mis amigos, la frescura de una mañana en el campo, el
cantar de un gallo, los buenos días de mamá, en fin como dejaba el lugar de mi
infancia en el que había pasado diez años, era algo parecido como la vez que
nos trasladamos de riachuelo al salitre, con la diferencia que tenia tan solo
siete años y no sentía nada, pero ahora mi corazón se llenaba de tristeza y de
mucha nostalgia.
Después
de largas horas de camino por fin llegue a Bogotá, cuando me baje del bus lo
primero que quise observar fue una montaña, pero por el contrario había una
larga calle sin fin que por cierto tenia muchas casas, definitivamente ese era
un mundo totalmente diferente al mío. Inmediatamente cogí un taxi que me
llevaría al lugar donde iba a trabajar.
Los
días pasaron, y siempre que caía la noche anhelaba mas ver a mi familia, estar
con ellos y recuperar el tiempo perdido, en especial con mis viejos. Una tarde
en el parque conocí a Fernando un muchacho (al parecer buena persona pero me
equivoque), me invito a comer helado y por supuesto que acepte, hablamos,
reímos, y poco a poco nos fuimos conociendo; el tiempo pasaba rápido me fui
enamorando y producto de mi amor, en mi vientre crecía mi primera hija, a quien
llame María Fernanda.
Cuando
llame a mis padres para contarles lo que estaba pasando, mi papá me dijo que me
devolviera de nuevo para el salitre. Era difícil para mí regresarme, pero estaba
feliz porque volvería a casa con mi familia.
Cuando
llegue lo primero que hice fue respirar el aire tranquilo que hacia cinco años
no sentía. Con la sonrisa de mi padre y
una lagrima que bajaba por las mejillas de mi madre, los salude, estaban
felices por mi llegada pero a la vez un poco tristes por que no era la edad de
tener un bebe por lo menos no en ese momento.
Al día siguiente acompañe a mi mamá al taller como lo hacia cuando era niña,
recordé muchas cosas y de pronto se vino una idea a mi cabeza, podría ocupar el
tiempo ahí y hasta poder formar parte de la corporación, además era un trabajo
maravilloso.
Prácticamente
ya sabía hilar, tejer, arreglar mejor dicho tenia claro cual era el proceso del
algodón para llegar a convertirse en un hermoso lienzo, con solo ver a mi madre
aprendí. Poco a poco me fui enamorando de lo que hacia pues tenia definido que esto
era lo que quería hacer el resto de mi vida. Comencé ayudándole a mi madre a
hilar y lo que ganaba no era mucho pero
con ese dinero podía comprar lo necesario para mi hija.
Pasaron
ocho años, y lo único que hacia
relacionado con el algodón era hilar, pensé que seria bueno que mi mamá le
comentara a las demás mujeres de corpolienzo
si había una posibilidad para que
pudiera ser una socia oficial de la corporacion. Pasaron varios meses hasta que
un día la señora Rosalba (una de las señoras iniciadoras que había decidido
trabajar con el algodón y que aun pertenece a la corporación), y las demás
señoras incluyendo mi madre, me dieron la noticia que de ahí en adelante seria
una socia mas.
Estaba feliz, por fin con mis treinta y un
año trabajaría en lo que toda la vida había querido. Al día siguiente como de
costumbre acompañe a mi mamá, pero esta vez no iba ayudarle, por el contrario,
trabajaría como ella, siendo un solo grupo que lo único que buscaba era la
alegría de toda la comunidad. Trabajaba en los telares, hacia de todo, me
gustaba estar allí.
Llevo
seis años trabajando como socia y miembro de la corporación de lienzo,
trabajaba en la casa que con la ayuda de proyectos y de la comunidad había sido
construida en 1987. Era mi segundo hogar allí pasaba la mayoría del tiempo.
Ahora trabajamos en una casa nueva, es más amplia y más cerca de la vía de
acceso a la vereda. Me dio mucha tristeza irme de la otra por que allí había
estado desde muy niña, pero lo importante era que iba a seguir haciendo lo que
a mi me gusta “trabajar con el algodón, para obtener lienzos 100% naturales”.
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